Con mucha gula

El programa arrancaba y, tras la entradilla habitual, se lanzó pirotecnia mientras el público presente vitoreaba y aplaudía el comienzo del programa. El presentador vestía sus mejores galas y leía el telepronter con los participantes de fondo. 

― Bienvenidos Ladies & Gentlemen, Blurkoz, Zoweets y cualquier vida inteligente de la galaxia ― mientras hablaba, una de las participantes, se agachaba para saludar a la cámara ―. Hoy dará comienzo la final del gran concurso gastronómico que tiene encandilado a medio universo ― la mujer pasó de saludar a mandar besos ― en el que se enfrentarán estos magníficos chefs.

La cámara pasó a enfocar a cada uno de los finalistas mientras el presentador los introducía a la audiencia.

― En primer lugar tenemos a Chelín, un Blurkoz condecorado en seis sistemas distintos. Se podría decir que mi Chelín tiene seis estrellas.

Tanto el presentador como la audiencia hicieron caso a las múltiples pantallas que rezaban RISAS. Chelín había posado con ambos brazos cruzados y gesto serio durante el discurso del presentador. Fue el único que rió de forma sincera ante el juego de palabras. Vestía un delantal blanco y una redecilla, ambas inútiles pues su cuerpo gelatinoso las absorbía constantemente.

― Si seguimos con la siguiente participante tenemos a Ilda, una consagrada Zoweet ― mientras el presentador hablaba, Ilda hacía un teatro picando un producto oriundo de Zoweet similar a una cebolla. Su aspecto de felino humanoide contrastaba con la habilidad que tenía para cortar el alimento ―. A pesar de que no tenga pulgares, no se dejen engañar, es una bestia en la cocina.

De nuevo, solo Chelín rio honestamente.

El presentador se acercó a la tercera participante mirando a la cámara. Cuando se giró para presentarla, vio cómo la anciana seguía enviando besos a la cámara general. Un segundo después, la participante se detuvo.

Hubo un segundo de silencio.

― ¿Estaba usted…? ― murmuró.
― No, no ―respondió tajante la mujer.

El presentador superó el pequeño shock y, un poco nervioso, continuó con el programa.

― Aquí tenemos a una terrícola, la señora Gertrudis. Ella-
― Señorita ― corrigió Gertrudis.

Una nueva pausa silenciosa. Todos miraban a la última participante mientras ella tenía la mirada fija en una cámara que no era la suya. Trataba de mantenerse seria, pero un tirabuzón del pelo cayó sobre sus ojos y no necesitó nada más para estar constantemente soplando mientras el presentador la miraba fijamente.

― ¿Puedo continuar señorita? ― hizo especial énfasis en la última palabra.
― Si no se vuelve a equivocar, nadie se lo impide ― respondió entre soplidos.

Una mirada fija del presentador no encontró objetivo pues la mujer clavó sus pupilas en el tirabuzón colgante. Rió intentando mantener la compostura y volvió a la cámara.

― Aquí la señorita Gertrusis ha logrado, sorprendentemente, llegar a la final ― “con la receta de croquetas que le gusta a mi nieto” trató de decir la anciana pero el presentador subió el volumen de su voz para opacarla ― y veremos si sus tierribles recetas la hacen ganadora.
― No lo he entendido ― admitió Gertrudis ya con el micrófono apagado. Miraba alrededor buscando algún confidente que le ayudara con la broma.

Las risas, en esta ocasión, sinceras marcaron el fin de aquella incómoda situación. Hubo una animación y el programa pasó a publicidad.

A la vuelta, el plano general mostraba al presentador de cintura para arriba mientras en el fondo se veían a los participantes ya con los ingredientes sobre la mesa. Gertrudis y Chelín fisgoneaban la mesa de Ilda. La felina empujaba a ambos con sus garras para apartarlos.

― Estamos de vuelta. Cómo podrán ver… ― dejó la frase a medias al ver el alboroto que señalaba. Gertrudis y Chelín volvieron a sus mesas a una velocidad pasmosa dada la edad de la primera y el cuerpo pringoso del segundo. Con ambos en sus puestos, el presentador continuó como si nada ocurriera ―. Esto…¿por dónde iba?
― ¿Cuándo coño cocinan? ― gritó un espontáneo del público.
― Hasta el público participa ya… ― se lamentaba entre murmullos el presentador ―. Los participantes van a cocinar los platos más deliciosos y seréis vosotros ― señaló a la cámara ― los que votaréis el ganador. O ganadora. El contador que sale en pantalla marcará el tiempo que tienen. No se preocupen televidentes, el número está adaptado a la medida de tiempo de su planeta. Por lo que comiencen ¡ya!

El presentador salió del plano dejando el protagonista no sin antes gritar al equipo de realización.

― Que echen de aquí al gilipollas que ha gritado.

El programa tomó un cáliz de seriedad y se fueron intercalando planos de cada uno de los cocineros con entrevistas a los espectadores presentes. Fue en una de estas entrevistas donde se vio como expulsaban a uno mientras hacía levantaba el pulgar y el meñique y gritaba “Viva el Rock y los Minions”. En ese momento, la pantalla se partió y se mostró al presentador haciendo una peineta y bramando con el micrófono cortado.

Una vez el tiempo llegó a cero, los participantes soltaron los utensilios. Los tres volvieron a su gesto solemne mientras el presentador pasaba con la cámara móvil enfocando los rostros junto a los platos. El presentador iba a hablar pero una pausa de publicidad lo cortó.

― Vaya, vaya. Qué inoportuna interrupción, ¿verdad? ― el presentador hablaba apretando los dientes ―. Vayamos con la primera participante. ¿Qué tal Gertrudis? ¿Ha sido duro?
― La carne era picada y el pan rallado, así que no.
―  Esto… ― la respuesta lo descolocó un poco ―. Me refería a si le ha afectado mucho la presión de la audiencia y…
― No, no, a mí no me ha empujado nadie.
― ¿Cómo?
― Sí, sí.

El presentador abandonó la idea de intentar encontrar coherencia en la mujer y cambió de tema.

― ¿Con qué plato nos va a deleitar?
― No sé qué es eso, pero yo he hecho croquetas. Como las que le hago a mi nieto. Con su rebozo, su carne picadita, su salsa de tomate… ― el presentador miraba el plato dudando cada vez más de la veracidad de sus palabras ―.
― Son redondas ― afirmó el presentador.
― Como todas las croquetas ― respondió Gertrudis.
― No tienen bechamel.
― Como todas las croquetas.
― Señora Gertrudis…

El presentador enmudeció cuando la participante cogió un cuchillo lleno de salsa.

― Señorita ― musitó. Cada sílaba tenía más fuerza, que la anterior.
― Señorita Gertrudis, ¿esto no serán albóndigas? ― el presentador había empezado a sudar. Se retiró dos pasos de la mesa de la señorita.
― Son croquetas, pero si está clarísimo ― había recobrado su actitud campechana.

El presentador dio por perdida la conversación y pasó a Ilda.

― ¿Qué tenemos aquí, chef Ilda? ― dijo mientras señalaba una paloma terrestre cubierta con una salsa rosada y líquida.
― Es un plato muy exótico en mi tierra. Consiste en columbiae servida en una base de thunnus y cubierta con una salsa de salmonidae. Todo ello aderezado con un poco de villus corpus.
― Eso es una guarrada, no tiene más ― dijo Gertrudis ―. Además huele que echa para atrás.
― Cállese y vuelva a su mesa haga el favor ― le inquirió el presentador a Gertrudis.
― Pfff, si elegís eso por delante de mis croquetas estáis fatal ― expresó la anciana mirando a la cámara errónea de nuevo.
― Vieja, haga silencio que nadie ha criticado sus croquetas ― espetó Ilda, que trató de hacer las comillas con las garras al decir croquetas.
― ¡Qué desfachatez! Ahora verás.

Gertrudis fue y volvió de su mesa con un pulverizador de agua y roció a Ilda, quien bufó y se fue corriendo del plató. Chelín se alejó un poco.

― Gertrudis suelte eso, acaba de espantar a Ilda ― exclamó el presentador mientras forcejeaba con ella para quitarle el instrumento ―. Y podría herir también a Chelín ― añadió.
― ¿Qué le pasa a la baba esa fea y verde si le echo agua? ― preguntó la anciana.
― Simplemente es mejor que me toque el agua ― respondió Chelín alejándose un poco más ―. Y no soy feo señora, en mi especie…
― ¿Has dicho señora? ― inquirió la anciana soltando cada una de las palabras como una sentencia.

Gertrudis empujó con una fuerza extraordinaria al presentador y encaró a Chelín que intentaba alejarse lo más rápido posible. La mujer lo alcanzó en segundos.

― Vamos a ver qué te pasa si te echo aguita, babosa ― preguntó con un tono irónicamente afable mientras le rociaba.

Chelín no tuvo tiempo de articular palabra antes de transformarse en una estatua de piedra. Gertrudis se giró hacia el presentador con un rostro inocente, dejando atrás su mirada asesina.

― Entonces, ¿mis croquetas han ganado?

Un foco cayendo sobre el plato sin presentar de Chelín marcó el final del programa.

Context

This short story was written for a contest where the limit was 1000 words and the theme was something related to cooking, so I tried to give a somewhat comical narrative.

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