En la cultura de mi pueblo existe una leyenda que reza lo siguiente: “Hace mucho tiempo, humanos y hynkas convivían en armonía y trabajaban juntos para conseguir el bienestar de la otra especie y, como consecuencia, de la propia también. Esto llevó a una dependencia mutua que debilitó a sendos grupos y los hizo frágiles ante la madre naturaleza”. Es una historia que se cuenta desde que se duerme en la cuna y el mensaje que se quiere transmitir es que solo se puede confiar en uno mismo. Mi interpretación siempre ha sido diferente.
Otra vez se escuchan los gritos de mi madre, parece que esa bestia ha vuelto. En una pequeña aldea como la nuestra, los hynkas no son criaturas bien recibidas. De actitud atrevida, esta clase de cánido peludo y cuerpo alargado utilizan su piel azul blanquecina para camuflarse con el entorno y robar la poca comida que tiene nuestra tribu. El saqueo es la única herramienta de subsistencia que tienen. Aprovechar la nieve y robar. No son muy bien recibidos que digamos.
Cuando un miembro ve a un hynka, se suele hacer una pregoneo para reunir a la mayor cantidad de cazadores lo más rápido posible y darle muerte. No solo se evita la pérdida de comida, sino que hay un animal más para echarlo a la cazuela. La persona que da el golpe final, vive una noche de fama y su hogar festeja durante toda la noche. Por ello, no es de extrañar que lleven incluso a los más infantes como era mi caso. Mi familia tardó menos de cinco minutos en prepararse para la partida tras los vociferos de mi madre.
Un adulto varón, robusto y entrenado para las expediciones gélidas del ártico; mi padre. Su mujer, una mujer ancha de caderas y con tantas capas de piel puestas que ocultaban la delgadez de su cuerpo; era acompañada por una hija alta, rubia y con dos coletas que permitía un movimiento ágil por las finas capas de hielo. Finalmente, estaba un pequeño en los brazos de la madre al que solo le habían crecido los colmillos y le costaba articular palabra o ponerse en pie. Sin embargo, era una cacería, tenía que estar presente.
Dos familias más se reunieron antes de la partida: una pareja nómada que necesitaba provisiones para su marcha y otra familia en una situación muy similar a la nuestra. La presa era un hynka de tamaño reducido. Sus técnicas camaleónicas se habían visto afectadas por los numerosos cortes que tenía por el cuerpo, luciendo un estampado púrpura apagado debido a la mezcla de colores. Es inusual que un hynka esté solo, por lo que parece que este era una cría que se había separado de la manada. Eso no importaba, la cacería debía continuar.
La actitud del animal también parecía extraña. Tras lustros de contienda, estos zorros habían aprendido varias de las actitudes humanas que les ponían en peligro. Los fuertes sonidos, escasos en nuestras tierras, era el principal indicativo para que un hynka huyera. Sabía que había una patrulla preparándose por lo que era mejor abortar que morir. Las pisadas en el suelo de los grupos eran otro signo de amenaza, así como la reunión de la divisiva. Si uno no había escapado tras estos tres eventos, es muy probable que acabara en la lanza de algún aldeano.
Este, sin embargo, era realmente atípico. No solo permaneció tras los gritos, sino que las miradas entre humanos y animal se cruzaron y decidió no escapar. Es más, con la cabeza baja y la delgada cola peinando el manto de nieve que cubre el suelo, se acercó al hogar que servía como punto de partida. Con un ritmo lento y levantando la mirada cada pocos metros para atisbar si el peligro era real o no, la figura de la criatura se fue engrandeciendo en el horizonte.
Tras unos minutos en los que los seis adultos debatieron sobre la actitud del hynka, comencé a distinguirlo. Conforme se aproximaba, distinguí al cánido. Este hynka en concreto había visitado numerosas veces ya la aldea, nunca llegó a saquear comida pero sí parecía estar buscando algo. Se acercaba a los humanos y paseaba frente a las casas persiguiendo un olor. Su carácter aparentemente inofensivo conllevó en que los aldeanos lo hirieran como reprimenda por hacer presencia en la aldea, pero lo dejaban escapar.
Cada vez con más heridas por sus continuas venidas, el hynka no cejó en su empeño. Esto llevó a que, en una ocasión, mientras esperaba fuera de casa, el animal se acercó a mí. Sin capacidad para moverme y con el miedo que supone ver a un depredador venir hacia ti, quedé aterrado. Cerré los ojos con la esperanza de que alguien pudiera rescatarme o que tuviera un sabor desagradable para el animal. Tras unos segundos sintiendo su aliento en mi rostro, abrí los ojos para descubrir que el hynka me escudriñaba con la cabeza ladeada, las orejas levantadas y moviendo el rabo. Una pata estaba levantada a la espera de una respuesta por mi parte.
Incrédulo, estudié la actitud del animal para descubrir que, a pesar de todos los cortes y heridas que mi especie le había provocado, el ser esperaba con bondad jugar conmigo. Siendo así, le devolví el gesto y le ofrecí mi mano. Ahí es donde todo cambió.
Una sensación atípica invadió mi cuerpo. Sentía la respiración más pesada y dolores en los costados. El frío en las manos y la cara había desaparecido. Tenía la necesidad, sin embargo, de jadear con la lengua fuera. La confusión fue máxima cuando, al abrir los ojos, me estaba viendo a mí mismo. Un entrañable bebé esquimal con dos largos colmillos que sobresalían de los labios.
Mi conciencia, estas palabras que estoy narrando, procedían del maltratado hynka que me ofreció la pata. Traté de emitir algún sonido con el que llamar la atención de mi familia y solucionar el embrollo, mas solo salieron aullidos de mi garganta.
Mi madre vino para coger el que una vez fue mi cuerpo con miedo. Llamó a mi padre y mi hermana lo acompañó quienes, amenazándome con una lanza, me echaron a patadas del recinto que conocía como hogar.
La desesperación me absorbió y no supe encontrarle solución. Intenté regresar en varias ocasiones, pero el instinto de la bestia en la que estaba me instaba a huir en cuanto se escuchaban gritos. Tras varias semanas solo, pues no sabía dónde se hallaba la manada, y desnutrido, decidí superar los miedos de mi cuerpo y volver a la aldea.
Superando todos los miedos e impulsos que mi cuerpo sufría, fui con un carácter sumiso con la ilusión de ganarme el favor de la aldea al menos una vez más. Los humanos y los hynkas habíamos colaborado en el pasado. Quizá era mi función servir como mesías para un retorno de la relación.
Observé al bebé que solía ser en los brazos de mi madre. Él me devolvió la mirada y pareció esbozar una sonrisa inocente mostrando los inusuales colmillos de un bebé. Daba cada pisada con la inseguridad de que podría ser la última. El grupo estaba estático; había una esperanza de que realmente fuera un elegido.
En el momento en el que apoyé la pata izquierda dentro del área del poblado, dio igual toda intención. Cinco personas salieron disparadas con lanza trazando una emboscada donde mi única vía de escape era correr. Mi condición no era la idónea para huir, pero era lo que el cuerpo me dictaba. Rechacé a conciencia el sentimiento y me tumbé en el suelo, di la vuelta y me puse patas arribas. Lo siguiente que sentí fue una punzada en el abdomen.
La mujer de la pareja nómada había lanzado su arma y, con gran acierto, atravesó mi caja torácica. La sangre brotaba lentamente. Era espesa y de un color carmesí oscuro. Dejaba a su paso un rastro morado hasta caer en la nieve tiñéndola de rojo. Aunque procuré aguantarme, el dolor era tan espantoso que tuve que emitir alaridos de dolor. Mi familia los interpretó como una declaración de guerra.
Mi padre y mi hermana arrojaron sus lanzas. La primera quedó lejos, pero la segunda rozó la cola lo que provocó un gran corte. Mi cuerpo se había calentado y la sangre fluía con un ritmo acelerado. Antes de que llegaran, ya estaba abatido sobre un charco de sangre. En la estepa blanca, el carmesí de mi muerte era lo único que destacaba.
Llegaron los cinco cazadores y observaron atentamente mi cuerpo. Yacía prácticamente sin vida, la sangre había fluido durante mucho tiempo y el calor inicial por el peligro se había transformado en un frío congelante que me impedía hacer cualquier movimiento. Con los ojos semiabiertos, logré ver como se acercaba mi madre y el resto habían alcanzado al grupo de ataque. Todo el mundo tenía un gesto de asco y odio. Yo descansaba en la nieve agarrándome al único hilo de vida que podía. Con un último esfuerzo, estiré mi pata derecha para tratar de alcanzar la mano de mi cuerpo. Mi madre cogió un cuchillo, lo alzó y sentí un pinchazo.
Pude abrir los ojos justo a tiempo para comprobar que el hynka estaba degollado. La lengua estaba fuera de la mandíbula ya sin resistencia para permanecer cerrada. El cuchillo estaba anclado en el cuello y había trazado un tajo que dejaba a la vista la tráquea del animal. Los hombres estaban afeitando su piel mientras las mujeres estaban extrayendo sus ojos para guardarlos como amuleto. El aspecto del animal había sido entintado con el color de los seres humanos. “Hijo, no te preocupes” me dijo mi madre, “lo tuvimos que hacer porque quería atacarnos” afirmó mientras le cortaba las orejas.
Context
This micro-story was written for a class assignment for my partner, in which he had to draw three sequences of an unpublished story (that's where the images shown come from). Therefore, the idea was to give a touch of fantasy along with a little twist at the end to give a tragic conclusion.