Bajo la cortina

Estoy nervioso. Ha venido toda mi familia a verme. Es una situación rara. No me gusta ser el centro de atención pero están todos presentes, no quiero decepcionarlos. Algunos de ellos esperaban con ansias este día, mis hijos seguramente los que más. Mi mujer, qué decir de ella, no siempre he sido el mejor marido pero si hemos seguido juntos hasta ahora habrá sido por algo, ¿no? Supongo que también estaba expectante para que este día llegara. Incluso yo mismo, que no he tenido una vida sencilla, me siento orgulloso de todo lo que he hecho y, tras muchos años aguardando este momento, aquí estoy, detrás de esta cortina negra. Mi turno llegará enseguida.

Vestido con unos mocasines oscuros, un traje completamente negro salvo por la blanca camisa interior, veo como se van acercando y saludando al presentador del evento. La mayoría se muestran sonrientes, divirtiéndose. Mi hermano y mi madre son los únicos que guardan la compostura con una cara solemne, aunque no puedo evitar enternecerme con las lágrimas de emoción de mi madre. Todos visten colores alegres, desde detrás del pequeño cubículo en el que me encuentro, veo un vestido burdeos de mi mujer con unos tacones rojos despampanantes, mis hijos van con camisas azules y blancas a rayas acompañados de una corbata verde, mis primos van todos con un deslumbrante traje blanco y una pajarita roja, algo pretenciosos diría, parece que quieren robarme el protagonismo de esta tarde. Una vez más, mi madre y mi hermano son los únicos que visten ropas sobrias, oscuras y que pasan desapercibido.

La decoración de la sala es muy escasa hasta donde alcanzo a ver, aunque se nota la nobilidad del lugar. Únicamente viendo el suelo aterciopelado con un color rojo oscuro, aderezado con unas velas ya encendidas sobre unos candelabros de plata, uno se puede imaginar lo espectacular que quedará la sala durante la noche. En mi estrecha estancia todo es oscuro, pues se debe guardar silencio; ceremonias similares a la mía se están dando lugar en habitaciones colindantes. Sin embargo, una perenne sensación de calor me golpea constantemente la espalda, demasiado alta para mi gusto, pero despeja cualquier duda ante la disponibilidad de la casa para tratar cualquier mínimo detalle.

Parece que la familia que iba antes de nosotros ya está acabando. Me hubiera dado vergüenza pertenecer a una panda de ruidosos como esa. Entiendo la situación pero hay que saber seguir el protocolo y no vociferar y llorar como lo han estado haciendo. No tengo hora pero estoy seguro que el retraso de mi gala es su culpa. Las personas de hoy en día no muestran ninguna clase de respeto por nada. Afortunadamente, yo he mantenido las duras lecciones que mi padre me enseñó sobre la vida y me he encargado personalmente de transmitirlas a todos mis allegados.

Ha sido larga la espera, pero por fin van a anunciar mi entrada. El presentador ha reunido a toda mi familia y como si de una tropa militar se tratara, siguiendo un ritmo perfecto, se acercan todos a la cortina tras la que me escondo. Se detienen a un par de pasos de distancia mientras el presentador está agarrándola con la mano. Puedo notar su presencia por el bulto que empuja la cortina hacia el interior. Con un par de golpes en el pecho, se aclara la voz. Me van a anunciar. Me toca a mí. Al fin. El hombre abre la boca, respira pesadamente y sentencia:

— Señores, ¿desean ver al difunto?

Contexto

Este microrrelato se escribió para un certamen en el que no se debía superar las 300 palabras. Tanto la temática como la intención eran libres, así que, como creo que es lo correcto en esta clase de textos, traté de establecer una idea para romperla en las últimas líneas, dando a entender que el hombre estaba muerto desde el inicio y que «su puesta en escena» era darle el último adiós.

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